“(…) no devenimos madres necesariamente cuando parimos al niño, sino en el transcurso de algún instante de desesperación, locura y soledad en medio de la noche con nuestro hijo en brazos. Cuando la lógica y la razón no nos sirven, cuando nos sentimos transportadas a un tiempo sin tiempo, cuando el cansancio es infinito y sólo nos resta entregarnos a ese niño que expresa nuestro yo profundo y no logramos acallar, entonces nuestra madre interior ha nacido.”

Laura Gutman

viernes, 17 de junio de 2011

La nueva maternidad

En el blog Tenemos Tetas, realizan un bonito sorteo que podéis ver aquí. Se trata de dos lotes de libros, cada uno de ellos formado por dos títulos: "La nueva maternidad" (fantástica recopilación de 15 artículos de madres blogueras) y "Hermanos de Leche" (libro ilustrado para niños escrito por Ibone Olza).
Para participar en el sorteo, proponen que se escriba un texto explicando lo que consideremos que es para nosotras "la nueva maternidad", y aquí va mi reflexión:

Aquí, sentada frente al ordenador, pensando qué palabras poner para definir "la nueva maternidad", sólo puedo pensar que no hay una nueva maternidad, sino que siempre ha estado ahí, pero nuestra sociedad del progreso, de las prisas, del consumismo, del "valgo por lo que tengo", de la competitividad, del capitalismo ... se está encargando de arrebatarnos el significado del concepto de maternidad, tal vez para utilizarnos como conejillos de indias, o para que no nos desviemos del sistema y mantenernos controladas.
Cuando alguien me pregunta qué es para mí la maternidad, siempre recito las palabras de Laura Gutman que aparecen en la cabecera de mi blog:
no devenimos madres necesariamente cuando parimos al niño, sino en el transcurso de algún instante de desesperación, locura y soledad en medio de la noche con nuestro hijo en brazos. Cuando la lógica y la razón no nos sirven, cuando nos sentimos transportadas a un tiempo sin tiempo, cuando el cansancio es infinito y sólo nos resta entregarnos a ese niño que expresa nuestro yo profundo y no logramos acallar, entonces nuestra madre interior ha nacido.
... pues para mí, lo importante, es darse cuenta de que nos hemos convertido en madres y todo lo que eso conlleva. Es darse cuenta de que llevamos un ser indefenso en nuestra barriga, de que nos necesita y debemos respetarle a la hora de nacer, de que debemos procurarle todo el bienestar que podamos cuando por fin le tengamos en nuestros brazos, de que nosotras seguimos siendo su "todo", de que no sólo le alimenta nuestra leche, sino también nuestros cuidados, nuestros abrazos, nuestras caricias, nuestra atención y nuestra dedicación; de que debemos estar dispuestas a aprender de un ser súmamente emocional y límpio de corazón; de que debemos respetar sus momentos, sus tiempos.

He de confesar que pensé que me había convertido en madre cuando tuve por primera vez a Aroa en mis brazos. Pero días después, incluso meses, me sentía cualquier cosa menos madre, me sentía vacía. Imagino que muchas mujeres pasarán por esa sensación durante su posparto. Pero yo no me sentía vacía por no saber acallar los llantos de mi niña, ni por no poder estar decente físicamente al menos un día, ni por no poder atender las necesidades de mi marido, ni por sentirme apartada del mundo, ni por no tener ni idea de cómo dormir a mi hija o darle el pecho o cambiar un pañal. Me sentía vacía porque mi hija me reclamaba algo que yo le estaba negando. Me negaba a ver la evidencia de su llanto, me negaba a hacer aquello que era contrario a lo que todos me decían, pero que mi corazón gritaba sin cesar.

Y, como dice Laura Gutman (y vuelvo a parafrasear): "cuando el cansancio es infinito y sólo nos resta entregarnos a ese niño que expresa nuestro yo profundo y no logramos acallar, entonces nuestra madre interior ha nacido." Porque me convertí en madre cuando tan sólo escuché a mi corazón y a mi hija. Y así sucedió con el tema de la lactancia.

Yo quería a toda costa darle el pecho a mi hija, no sabía exactamente por qué, pues durante el embarazo no lo veía como algo tan imprescindible, pero algo dentro de mí me decia una y otra vez que no podía rendirme. Los comentarios me hacían un daño increíble. Pero yo seguí dándome de bruces contra el suelo, viendo como mi hija lloraba todo el día (y parte de la noche), preguntándome si la estaba alimentando bien, si ella mamaba suficiente, si yo no estaría obsesionada con ese imposible del que todos me hablaban.

Entonces, un día probé con el biberón. Pero no había forma de que lo tomase. Recuerdo cómo me caían las lágrimas mientras intentaba que mi hija aceptase aquella tetina, recuerdo cómo mi pequeña lloraba porque le olía a teta y mamá le daba algo que ella no quería. Recuerdo cómo se me estrujaba el corazón y el alma, mientras le decía a mi niña entre sollozos que necesitaba que tomase aquel biberón. Paradógico, verdad? Así que me sentí vacía, ni mujer, ni madre ... sólo vacía.

Menos mal que mi niña era muy lista, y lo único que hizo fue llorar, llorar y llorar, y esperar a que mamá, rendida, volviese a sacar su teta. Y entonces su dolor se disipó, aunque no el mío.

Pero entonces un día, no sé cómo sucedió, dejé de querer escuchar los comentarios de los demás y le dije a mi pequeña: "si lloras tanto para que te escuche, pues es lo que voy a hacer: escucharte!". Y así fue. La escuché: ella sólo me quería a mí, al 100%, no me quería compartir con nadie más, no quería que me aferrase a lo que me decían los demás, quería que sólo la escuchase a ella, o tal vez que escuchase mi instinto de madre, porque realmente fue en ese momento cuando nació la madre que soy ahora. Y entonces me dí cuenta de que mi hija había estado llorando por mí, había estado sufriendo por lo que yo me negaba a hacer.

Por eso creo que el ser madre, el convertirse en madre, es estar dispuesta a aprender de nuestros hijos, incluso antes de nacer; es mirar la vida con sus ojos; es criar desde el respeto, la empatía, el cariño y el amor; es ser consciente de que nadie tiene derecho a decidir por nosotras ni por nuestros hijos; es no negarnos el reencuentro con nuestras sombras, nuestros miedos, nuestras dudas ... a reecontrarnos con nuestra esencia de mujer, con nuestro instinto más primitivo; es no temer a desnudar nuestra alma ante nuestros hijos; es no dudar en volver a ser niños, a revolcarnos en el suelo, a ensuciarnos en el barro de los charcos, a reír hasta no poder más, a abrir cajones para vaciarlos, a comer con las manos, a decir "no" cuando realmente sentimos que debemos decir "no"; ... es entregarnos a ser felices, sin más.

Así veo yo la nueva maternidad, esa maternidad que ha estado ahí desde el resurgir de la humanidad. Y creo que esta maternidad que despunta ahora, nos dará la razón. Porque lo veo en la cara de mi hija, porque lo veo en las caras de los niños cuyas mamás los crían desde el respeto y el amor profundo.

Ojalá un día no tengamos que hablar de "nueva maternidad", sino símplemente de maternidad, en todos los sentidos.

3 comentarios:

  1. Me ha encantado tu relato tan sincero, y es que al final la maternidad (sí, como tú dices, me gusta ponerlo a secas, como debiera de haber sido siempre) es dejarnos guiar por nuestros instintos, escuchando los corazones de nuestros hijos, tan pequeños y tan sabios.

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  2. Preciosa tu reflexión y, como no, tu relato acerca de la lactancia, que me ha hecho llorar a lágrima viva. A veces también me pregunto qué es para mí la maternidad, y es algo tan inmenso que no consigo describirla. Gracias por haberle puesto palabras.
    Un beso.

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  3. Qué hermosa reflexión, Anuska!
    Gracias por compartirla con esa sinceridad tan desbordante.
    Y disculpa que te salté en la lista! Ya estás.
    Ojalá tengas mucha suerte, y gracias por todo.
    Un abrazo hondo!

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